lunes, 24 de febrero de 2014


La cara del encuentro con este país


Fernando González cumplirá íntegramente su condena el próximo 27 de febrero. Aunque no se sabe cuánto tardará el proceso de deportación al que será sometido, la familia ya siente más cerca la posibilidad del abrazo y él también
 
Nyliam Vázquez García
  nyliam@juventudrebelde.cu
23 de Febrero del 2014 0:04:20 CDT
Ha sido un día muy agotador, pero está feliz. Como siempre, ha hecho mil planes, pero no siente que ha adelantado mucho: cobró la jubilación, conversó con varias personas, esperó a Juventud Rebelde para un diálogo. ¡Ha sido un día!, dice al abrir la puerta.
De todas formas, como siempre, puede con todo; no solo porque es una guerrera, sino porque acaba de regresar de ver a su hijo en la prisión de Safford, Arizona, y su hijo está de buen ánimo, y ese detalle para una madre se convierte en fuerza renovadora. Fue una visita diferente.
Por primera vez en 15 años, Magali González Llort mira el almanaque y descuenta el tiempo con esperanzas de que ciertamente quede poco. Aún no se sabe cómo será ese día, ni los siguientes; cuándo por fin podrá ver a Fernando en Cuba, pero ella se muere de ganas de abrazarlo de verdad y no regida por las reglas de los carceleros; ponerle el brazo por encima, tocarlo a su antojo.
Fernando González Llort cumplirá íntegramente su condena el 27 de febrero de 2014.  Su disciplina, como la de los Cinco, ha sido intachable, ni una sola queja, ni un solo reporte disciplinario en ninguna de las prisiones por las que ha transitado desde que el 12 de septiembre de 1998 fuera arrestado en Miami, junto a Gerardo, René, Antonio y Ramón. Ha sido un ejemplo y, por eso, en vez de los 17 años y 9 meses, previstos en la resentencia de 2009, a partir de la reducción de condena por buen comportamiento que reciben los presos federales, Fernando habrá pagado injustamente por haber evitado actos terroristas, con 15 años, cinco meses y 15 días de su vida.
Todavía no se sabe cómo será su salida, el tiempo que tardará el proceso de deportación.
Solo una cosa es cierta: el hijo de Magali, el hermano de Marta y Lourdes, el esposo de Rosa Aurora, habrá cumplido la condena impuesta a finales de mes. Más allá del proceso de deportación, la fecha que se avecina coloca a la familia en una perspectiva nueva. Podría ser que sentarse todos alrededor de la mesa no sea más un sueño recurrente.

En la estratósfera

El apartamento de Magali en la Víbora será de las tantas novedades que Fernando encontrará a su regreso. A pesar de su trabajo, estuvo al tanto de la permuta que quería hacer su madre para que él pudiera vivir independiente. Pero demoró demasiado y se dio cuando a él y a sus hermanos ya los habían arrestado en Miami. Magali lleva más de una década viviendo en ese barrio, pero su hijo apenas lo conoce por fotos. Ahora mismo, esta mujer que hemos visto de un lado a otro defendiendo la libertad de los Cinco, no encuentra ni un par de vasos en su cocina para ofrecer agua.
«Estoy en la estratósfera», confiesa y se le ve el brillo feliz, el miedo agazapado, porque la incertidumbre acecha como una espada de Damocles. Sin embargo, se le nota la energía después de sopesar, como solo saben las madres, el ánimo de Fernando en los últimos días de este enero.
«Estaba con gripe, había estado con fiebre el día anterior. Había bastante frío. Tenía puesto dos pulóveres de mangas debajo y la camisa del uniforme que usan allí», es lo primero que comenta y enseguida salta para lo que la tiene flotando.
«Con muy buen ánimo, porque dice que esta visita lo hacía ponerse en la realidad de que ya estaba para salir, que le quedaban pocos días…», confiesa.
Para ella y sus hijas —Marta y Lourdes la acompañaron— también este encuentro con Fernando tenía un sabor especial.
«Eso fue... imagínate, pensar que esa sería la última vez que nos íbamos a tener que encontrar en esa situación… uno se da cuenta de que a nosotros y a él lo tratan con bastante respeto y no hemos tenido problema, siempre hemos sido disciplinados, tratando de no crearle conflictos. Él, como siempre, recordando lo habido y por haber; toda la historia de su vida, de fulanita si vive aquí, si menganito sigue viviendo allá, porque sigue la huella de todo el mundo…», cuenta Magali y el brillo en sus ojos es contagioso.
«Con ustedes aquí yo me siento que voy a salir», dijo Fernando, quien tal vez frente a los suyos se dejó llevar por esa idea feliz, aunque él está preparado para cualquier cosa. De hecho, le contó a su familia que fueron otros presos quienes lo pusieron sobreaviso con las cuentas. «Oye, Cuba, te quedan 31 días…», «Oye, Cuba, te quedan 28», le dicen al pasar.  Él trata de no pensar e intenta seguir su rutina, pero con su familia allí no pudo contenerse y hablaron de muchas cosas sin poder evitar el tono de resumen, de recapitulación de lo que han sido los últimos 15 años.
«Nos alegramos de ver que aunque tenía mucha tos, no tenía fiebre. Ahora está esperando la visita del abogado que tiene conocimiento de la situación migratoria, para que lo oriente de cómo puede ser la salida, porque para todos nosotros y para él esa es una interrogante. Desconoce para dónde lo llevarían, qué tiempo tendría que permanecer ahí para el regreso, pero estaba contento de que esa fuera la última visita que tendríamos que hacer allí», comenta Magali.
Dice la madre que se la pasaron dándose consejos los unos a los otros para estos días. Ella sabe el hijo que tiene, pero no puede evitar, cuando pone la cabeza en la almohada, pensar en que Fernando está en una cárcel, y en una cárcel siempre está en peligro.
«Él tiene bien puestos los pies en el piso y trata de no buscarse ningún problema, nosotros nos damos cuenta de que hay cierto respeto hacia él, creo que se lo ha ganado con su comportamiento, su disciplina…», asegura.
Cuando pregunto qué le contó sobre las más pequeñas de la familia…
«Él está loco por conocer a sus sobrinas-nietas. Vio unas fotos que le mandó Laura, su sobrina; pero está loco, por conocerlas. Fernando dejó de ver a mi nieta cuando estaba como en la secundaria, la vio de nuevo cuando ella estaba embarazada y él estaba en la prisión de Terra Haute. Esa fue la única ocasión, y Laura es madre por segunda vez… quiere saber qué está haciendo ella, cómo se las arregla en la casa, con las dos niñas, con el círculo infantil, todo con detalles, la vida diaria, como si estuviera aquí», dice la madre y se ríe de las cosas de su hijo, ese hombre que ha envejecido en una prisión estadounidense por cometer un «delito»: salvar vidas tanto cubanas como estadounidenses.

Cuenta regresiva

Magali piensa que su hijo no mereció estos años de cárcel y recuerda que por los mismos cargos impuestos a Fernando (Agente extranjero no identificado y documentación falsa), otros en Estados Unidos fueron condenados a menores penas o devueltos a sus países de origen, incluso con acusaciones probadas aún mayores. Pero Fernando, Gerardo, Ramón Antonio y René son cubanos y fueron juzgados en Miami. Además, la verdad es que ahora ella no piensa en nada que no sea la cuenta regresiva. Quizás su hermana Lourdes tenga bloqueado por estos días ese recuerdo que la sobrecoge y todavía la hace llorar. Ese que la devuelve a su primera visita, a la soledad de las afueras de la prisión después de verlo. Vuelve a mirar alrededor, como si hoy fuera ayer, se detiene en las alambradas, los muros, los guardias y pregunta con un dolor intenso en el pecho: «¿Qué hace mi hermano aquí?». Pero, no.
La familia ahora está inmersa en la dinámica de los preparativos y hace un extra para espantar malos recuerdos. La esposa de Fernando, Rosa Aurora, lo tiene claro, porque con ella también dialogó JR.
«Han sido 15 años de mucho sufrimiento, pero nosotros hemos estado en libertad, Fernando ha estado en condiciones muy hostiles. Tiene que adaptarse a esa condición de libertad, que va a llevar un proceso psicológico importante».

Deuda

En medio del tropel de su mente, Magali no puede dejar de mencionar a todos aquellos que han tendido una mano en todos estos años. Han sido muchas personas buenas y de ello conversó con Fernando esta vez.
«No es fácil, todo el mundo está trabajando y se separan de sus familias el sábado y el domingo, los días de las visitas, para llevarnos a la cárcel», comenta, y ella sabe que son dos horas y pico de carretera y que los controles de la prisión son muy incómodos. Por otra parte, asegura, nunca sabes qué tanto puede perjudicar a un solidario el hecho de que esté apoyando, ayudando.
«Tienes que dar la marca, la chapa, el color del carro que te llevará… un grupo de datos de esas personas que te están dando solidaridad», reconoce.
«Hemos tenido suerte al conocerlos, porque no es fácil en un lugar que es tan apartado, tan gris… aquello es un desierto. Rocas, muchas montañas, pero de rocas. Muy áspero todo. Sin embargo, la gente con un corazón tremendo», comenta Magali, y por un momento vuelve al panorama desolador de Arizona, donde está la penitenciaría donde Fernando ha pasado los últimos años. Vuelve a los amigos, regresa la luz. «Tenemos muchísimo que agradecer», sentencia.

Preparativos

Las hermanas le compraron algunas cosas que creyeron él pueda necesitar, con los colores que ellas saben que le gustan. Rosa también le tiene sus detalles. Magali ya anda buscando para hacerle la yuca con mojo que hace tantos años él no come. Madre y esposa desean que haga lo que desee, una vez que llegue.
«Los planes los iremos haciendo en la medida de sus deseos, lo que él quiera hacer», apunta Rosa Aurora.
«Yo no sé qué va a pasar cuando nos encontremos… Quiero que sea él quien decida. Me da mucha alegría pensar que por primera vez él pueda pedir algo que pueda disfrutar, no añorarlo y que sea algo lejano. Yo estoy esperando nada más que llegue y me diga: Voy a la Víbora, voy para el Vedado, para Playa…», dice Magali.
De todas maneras, hay algunas cosas que parecen más o menos seguras mientras pasan los días… Tiene que adaptarse de nuevo a todo, incluso a la libertad.
«A ver cómo va a ser su inserción, porque para ellos es un cambio brusco. Está acostumbrado a caminar dos pasos y se tiene que parar si pasa alguien, a una alimentación bien distinta, a pararse ante las puertas, con horas y restricciones. Yo sé que va a ser difícil», dice su madre, sabia, como todas.
Su esposa Rosa Aurora, que a causa de su enfermedad no ha podido ver a Fernando en un año y medio, tiene su mirada azul más transparente por estos días, aunque con el susto de que puedan alargarle el abrazo. No se sabe.
«Me gustaría poder compartir tiempo juntos, porque hemos estado separados muchos años. Me gustaría poder pasear con él por La Habana, para que vea todas las cosas lindas que se han hecho en La Habana Vieja, las que se han recuperado en estos 15 años. Sé que lo va a disfrutar, a Fernando le gusta mucho esta ciudad», sigue Rosa.
Ya piensa en buscarle libros de su interés: de Historia, de Economía. Pero reserva, para cuando puedan ir juntos, de la mano, una visita por las librerías para llevarse a casa algunas de las novedades editoriales.
En prisión, Fernando tiene claro qué es lo que quiere esencialmente y se lo dijo a su madre: «Él quiere trabajar, incorporarse enseguida en el trabajo que le den».
«Está loco por empatarse con Rene, ver la gente aquí y mi casa, disfrutar el calor de la familia, porque nos sentemos a la mesa todo el mundo juntos, conocer personas, sentirse que ya está en lo suyo», continúa Magali.
Dice la esposa que René está esperando a Fernando para trabajar juntos en todo lo relativo a la campaña.
«Fernando está consciente de que esa es una de sus tareas principales: unirse a la lucha de sus tres compañeros que todavía están en prisión», asegura Rosa.
Cuando Magali comenta sobre los tres hijos que aún le quedarían en prisión, se le apaga la sonrisa.
«Con Rene, ya son dos para luchar por los tres que quedan… una situación difícil, porque uno se pone a analizar y hay que luchar mucho. A Ramón y a Tony le quedan años, pero los años pasan; Gerardo no tiene otra salida, y por eso considero que no podemos conformarnos. Tenemos que echar el resto, pero Gerardo tiene que venir también en un avión y que no tenga que cumplir esa condena. Ya bastante desgracia tuvo al no poder ver a su madre cerrar los ojos, al no poder tener hijos que pudieran disfrutar de cómo es él, de campechano, alegre…».
Con una mueca y una fuerza telúrica, Magali asegura que a ella Gerardo le preocupa sobremanera. Para las familias de los Cinco la alegría nunca va a ser completa, mientras todos no estén disfrutando del cariño de los suyos.
«Ese es otro plan de Fernando, seguir luchando porque hay que traer a los otros para acá», apunta Magali.

Con un ancla en la tierra

Mientras todos se debaten entre hacer y no hacer planes, por si surge algún imprevisto, Fernando trata de mantener la calma. Claro, ya nota que por más que se esfuerza, la mente se escapa con ciertos pensamientos. Siente que le cuesta concentrase en la lectura. Sin embargo, se impone hacer sus días normales.
«Ha mantenido sus salidas, temprano en la mañana a correr, excepto esos días de fiebre. Pero el espíritu se le veía de otra forma, no veía esta visita como una más para esperar otra, dentro de un tiempo, cuando dieran visa. Ya estaba con su cabeza aquí», dice su madre.
Ella, Magali Llort, sabe que después de este primer impacto vendrán las cosas normales: analizar, ver cómo puede ayudar, de rearmar su vida. Pero antes piensa en el momento en el que todo comienza de nuevo para su pequeña familia, el momento esperado por otras tres y que habrá que seguir en el intento de acercar, de hacer definitivo, para que cuando René y Fernando se acuesten al final del día, Adriana duerma acurrucada en los brazos de Gerardo, Ramón ande por ahí jugando a lanzarse almohadas con sus cuatro mujeres (el amor de su vida y sus tres hijas), y Tony esté abrazando a Mirta o tirando un pasillo con sus hijos o tal vez tratando de dormir al nuevo sobrino-nieto de la familia.
Magali sigue en las estratósfera, pero con un ancla en la tierra. «No quiero ni tomar refresco de cola, para que no me vaya a subir la presión en estos días». Ahora susurra. Sabe que hay que hacer las cosas muy bien, mantener la calma en lo posible y eso vale para todos. Regresa a las nubes y lo hace llevándose las manos al pecho.
«No sé cuántos latidos marcará mi corazón cuando yo lo vea bajarse de un avión, un barco o una cigüeña… (risa), no sé en qué lo traerán, pero deseo verlo llegar y ver reflejado en su cara el encuentro con este país».

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