martes, 2 de junio de 2015

Los signos de la crisis y la libertad de Oscar López Rivera

Escrito por Félix Córdova Iturregui / Claridad   
Lunes, 01 de Junio de 2015 15:17
oscar
La democracia estadounidense en Puerto Rico ha logrado imponerse desde 1898 con una característica que ha mantenido una efectividad sorprendente: contiene una tolerancia amplia siempre que no se intente cuestionar el marco de la legalidad establecido por el ordenamiento colonial. Aunque suene extraño decirlo, es una democracia cuya función es garantizar la reproducción de la subordinación colonial. Sin embargo, no debe ser subestimada. Es efectiva siempre que no se toquen sus fundamentos inherentemente extranjeros.
Desde el origen de su dominación, el imperialismo estadounidense impuso unas condiciones políticas y económicas que establecieron y aseguraron el proceso de reproducción de los intereses de sus grandes corporaciones. Todos los aderezos de las formas democráticas locales, ganados con grandes esfuerzos, se han acoplado al objetivo de asegurar la reproducción ampliada de esos intereses económicos. El mercado ha sido y es la estructura que se encarga de hacer viable y efectivo ese proceso.

Por consiguiente, la política neoliberal con su propuesta de que el mercado decida, expresada con mayor efectividad por la administración de Pedro Rosselló, lo que ha conseguido es consolidar el coloniaje. Lo ha hecho, paradójicamente o como figura concreta de esa democracia, en nombre de la estadidad. Repito el efecto perverso: en nombre de la estadidad se adelanta una política que privilegia el mercado para alejar objetivamente la estadidad. Ésta es la gran trampa o el gran fraude de un largo movimiento histórico. Así como la democracia en Puerto Rico se ha consolidado históricamente para garantizar la falta creciente de control sobre el país desde el interior del país, la ideología estadista se ha propagado para solidificar la desigualdad colonial y la imposibilidad estructural de la estadidad. Las dos ideologías se compenetran y terminan por manifestarse en su contrario.

En otras palabras, la política neoliberal, defendida inicialmente por los llamados estadistas tiene la misma estructura que caracteriza la democracia colonial: en nombre de la estadidad se ayuda a consolidar el coloniaje, así como en nombre de la democracia la sociedad puertorriqueña pierde mayor control sobre su vida propia. La libertad del mercado y la libertad democrática se manifiestan así como su contrario: la profundización de un proceso de colonización que debilita la capacidad de decidir con fuerza propia la vida colectiva en la Isla.

Hay un hecho que sería difícil negar. La complicada crisis actual se ha hecho más extensa y profunda debido a la ciega política que ha postulado el fundamentalismo de mercado. Además, ha arrastrado las miradas hacia su manifestación fiscal, alejándola de su dinámica principal: el proceso de acumulación de capital. ¿Qué significa económicamente haber perdido en menos de quince años más de la mitad del empleo industrial promovido por la Administración de Fomento Económico? ¿Qué relación hay entre esta pérdida y la salida de decenas de miles de habitantes de esta isla para el exterior, principalmente Estados Unidos? Si salen del país más de $35, 000 millones en ganancias anualmente, sin encontrar forma de reinvertirse en Puerto Rico, ¿no es significativo que detrás de estas ganancias se vayan miles de emigrantes?

Si la crisis sigue una trayectoria testaruda y empuja de múltiples maneras el intervencionismo federal, poniendo en peligro las efectivas máscaras de la democracia colonial, lo que manifiesta es la incapacidad creciente de los mecanismos de la reproducción del capital estadounidense en Puerto Rico de sostener el histórico aparato estatal y de satisfacer adecuadamente las necesidades sociales. Sencillamente, el coloniaje está en una crisis monumental. Pero le falta algo principal a esta apreciación. El extenso resquebrajamiento económico-social no ha venido, hasta ahora, con un fuerte oleaje de manifestaciones de pueblo para buscar una alternativa colectiva a la mencionada crisis. Por el contrario, en los últimos años, desde octubre de 2009 para ser más exacto, una de sus principales fuerzas organizadas, el movimiento obrero, ha dado muestras de desaliento, división y desmovilización. Es triste decirlo, pero así es. Aquella inmensa movilización y extendida disposición de lucha contra la presencia de la Marina estadounidense en Vieques no ha tenido un relevo histórico.

Pero en la historia de lucha de los pueblos las contradicciones se pueden acumular en condiciones de aparente calma. Podría sorprender, más temprano que tarde, la próxima oleada de pueblo en movimiento. Una importante señal de conciencia solidaria que se ha estado manifestando desde hace años se deja ver en el apoyo ampliado a favor de la excarcelación de Oscar López. Las diferentes formas de solidaridad con el prisionero puertorriqueño, tanto a nivel internacional como a nivel nacional, tienen implicaciones difíciles de apreciar en toda su profundidad. El poder imperial ha establecido con el rigor de un mecanismo de reproducción material, los límites de la controlada democracia colonial. Como los nacionalistas durante la década del treinta y del cincuenta, Oscar López Rivera es una figura muy compleja vinculada con los movimientos que se han puesto fuera de esa conveniente legalidad subordinadora. Por consiguiente, en momentos de intensa crisis social y económica, el apoyo extendido a un prisionero que encarna la historia de una aspiración colectiva de ruptura con el coloniaje lleva un mensaje difícil de evadir. ¿Hace falta recordar cómo la saña imperial cae sobre los que atentan contra la legalidad colonial? ¿Podríamos olvidar el asesinato de Filiberto Ojeda Ríos el mismo día de la celebración del Grito de Lares? Pero si ciertamente la fuerza imperial deja caer su mano dura, también el pueblo arroja sobre la mesa de la historia sus cartas de sorpresa. ¿Quién puede olvidar las manifestaciones de solidaridad en las calles y durante el entierro de Filiberto?

Hoy, la creciente oleada de apoyo a Oscar López Rivera le envía un mensaje similar a la sañuda arrogancia imperial. Si se tratara solamente de una persona, el autoritarismo colonial con todo su maquillaje de democracia domesticada no tendría por qué preocuparse. Pero en la figura del ser humano se enlazan muchos vínculos. Muchas fuerzas históricas se anudan en los huesos, en la carne, en la respiración y en los sueños de un hombre consciente. Toda la decencia colectiva a veces se ve obligada a mirar por los ojos de sencillos hombres y mujeres que se echan sobre el hombro la responsabilidad de la historia. En el apoyo creciente a Oscar López Rivera todo el pueblo puertorriqueño habla de sus aspiraciones de justicia y libertad. En la tenacidad y la saña del carcelero hablan también los remanentes de vergonzosas formas coloniales. Si en la crisis actual de Puerto Rico se expresa la caducidad de un sistema colonial, y si hay un hedor a muerte inevitable en el sistema bipartidista que ha vivido el espejismo de un poder que no posee, en la cruzada solidaria con Oscar López Rivera respira la salud de un pueblo y camina la fuerza de la historia: esa larga marcha que tiene ya sabor de siglos y no se cansa, no se cansa.



* El autor es catedrático de Estudios Hispánicos de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras.

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