miércoles, 29 de noviembre de 2017

Terrorcracia Por Alfredo Grande

Publicado: 25 Noviembre 2017
Por Alfredo Grande
(APe).- Soy uno de los miembros fundadores del Encuentro de Profesionales contra la Tortura. Esta nueva organización tiene como uno de sus objetivos el análisis y la denuncia de todas las situaciones de tortura. Como es sabido, en la mayoría de los países la tortura es una política de Estado. Como bien dice Susana Etchegoyen, el objetivo manifiesto de la tortura que es obtener información ni siquiera puede ser cumplido. Ya que el torturado dirá aquello que supone puede hacer detener la espantosa situación a la que es sometido.
En la película El Secreto de sus Ojos, los albañiles confiesan un asesinato que no cometieron al ser brutalmente torturados por la policía. Esto es lo habitual, por eso la investigación criminal es más un ejercicio sádico que una actividad de verdadera inteligencia. Acá llamamos “inteligencia” al botoneo, al carpetazo, a las escuchas ilegales, a las causas armadas. Ninguna requiere inteligencia. Apenas una buena dosis de impunidad.
Tortura e Impunidad son una siniestra pareja que pretende aniquilar toda semilla de conflicto social. Pero no es la única. Otra siniestra pareja es Terror y Crueldad. Las películas de terror en una época quizá lejana, eran patrimonio de Boris Karloff, Bela Lugosi, Vincent Price. Los cuentos de Edgar Allan Poe son una historia de ternura al lado de las políticas económicas de ciertos gobiernos. La crueldad es la planificación sistemática del sufrimiento. Y en su extremo límite, el sufrimiento absoluto genera el terror. Ese terror con nombre desorganiza la subjetividad individual, vincular y social. Insisto en diferenciar la violencia de la crueldad.
El tabú de la violencia, incluso como defensa propia y resistencia al represor, apenas logra que la víctima quede a completa merced del victimario de turno. La insistencia en la protesta pacífica, las campañas contra forma de justicia por mano propia, el espanto ante la venganza de los condenados y esclavizados, son todos artificios de la cultura represora para mantener, con prisa y sin pausa, sus siniestras parejas: Tortura e Impunidad / Terror y Crueldad.
Sigo pensando y sigo sintiendo que la violencia es la partera de la historia, pero no de cualquier historia. Si el parto no es para que nazca una historia de ternura, de responsabilidad, de placer y de amor, entonces hemos luchado contra el represor solamente para convertirnos en uno más. No será un parto, sino un aborto. Y no de la naturaleza sino de la cultura. Por eso es necesario el análisis de nuestra implicación en toda lucha libertaria. Deseamos derrotar al victimario o lo combatimos porque nos genera envidia su situación de poder.
La traición es la consecuencia inevitable de esta paradoja. Porque cuando decimos victimario, yo al menos, no pienso en un determinado gobierno. Por detestable que sea. Pienso en un modo de producción social, de personas y de cosas, de ideas y de valores, que necesita determinado tipo de gobiernos. Maldecir las consecuencias no impide que las causas sean combatidas. Por eso no se trata de combatir al capital, necesario incluso para la más modesta cooperativa. De lo que se trata es de combatir al capitalismo, o sea, a la clase que a través de la tortura, impunidad, terror y crueldad, se hizo dueña de todas las formas del capital. Desde la tierra hasta el equivalente general dinero. “A Dios rogando y el con el mazo dando”, ha sido la política pública más consistente para el ejercicio del poder absoluto. Votando y aterrorizando, otra fórmula ganadora.


Si bien el terror es absoluto en el bien llamado Terrorismo de Estado, nunca deja el Estado de administrar diferentes dosis de terror. Algunos llaman a esto modernización del Estado. Flexibilización laboral. Nuevas leyes jubilatorias. Actualización tarifaria. Sobran nombres para dar impunidad al terror. Incluyendo la desaparición de un submarino, de una persona, de un pueblo originario. La Desaparición siempre forzada, pero no solamente de personas, convoca a las dos parejas siniestras para su máximo despliegue.
El terror se despliega como terrorismo ambiental, alimentario, habitacional, laboral, sanitario, educacional, vincular. El terror atraviesa todo el entramado político y social, incluso de agrupaciones y partidos políticos. La cultura represora y el terror han hecho una alianza estratégica para todas las formas del retroceso. El atravesamiento colectivo del terror, con el pueblo en las calles, tiene su forma más restringida: la reactiva. Incluso diciembre 2001 fue lentamente domesticado. Y el terror nuevamente implantado con el asesinato de Kosteki y Santillán, permitió que la cultura represora pudiera ocultarse con su disfraz más simpático: la democracia representativa. Esos asesinatos siguen impunes y seguirán impunes.
Nuevas formas del terror se fabrican todos los días y todas las noches. Ojalá el problema fuera el ataque de pánico y su santo grial, el rivotril. Pánico es la denominación encubridora del terror. Y no es un ataque. En un momento de lucidez donde sentimos, percibimos, comprendemos que nuestro fundante subjetivo sigue siendo el terror. No hay rivotril que aguante.
Las políticas libertarias deben intentar responder a la pregunta no del millón, sino para que seamos millones. ¿Cómo enfrentar a la “terrorcracia”? Al menos sabemos cómo no enfrentarla. Con slogans vacíos, con intentos de volver sin saber por qué se tuvieron que ir, repitiendo textos valiosos de tiempos pasados, confundiendo efectos con causas, gobiernos con Estados, Naciones con Corporaciones, víctimas con victimarios, alimentando fascismos de consorcio y retroprogresismos hasta que llega a pedido del público el fascismo económico y político, con todo eso y mucho más que eso, no enfrentamos sino que alimentamos a la cultura represora.

Los autodenominados ciudadanos del mundo no son más que los privilegiados esclavos de las poderosas corporaciones. Nosotros no somos ciudadanos. Somos luchadores. Y revolucionarios. Y otra tarea de los revolucionarios es ponerle nombre y apellido al terror. Para sacarlo de su clandestino anonimato. No sigamos viendo al lobo como si fuera un cordero.

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